sábado, 14 de diciembre de 2013

SOCIEDAD - PERSONA CON DISCAPACIDAD



    El status “todopoderoso” que suele otorgársele a la rehabilitación de personas (o cuerpos/fragmentos corporales aislados?) halla su límite en una sociedad que no acepta al diferente, aún rehabilitado.
    La Diversidad Funcional no es una condición a curar, a completar o reparar: es una construcción relacional entre un sujeto y la sociedad: pero ello no acaba allí. La Diversidad Funcional toma cuerpo en un espacio situacional, dinámico e interactivo entre alguien con cierta particularidad y la comunidad que lo rodea. Ésta última siempre se ha considerado determinante de la situación de la persona con DF -de allí el modelo social de la discapacidad-, que entiende al discapacitado como una creación social, y le asigna la situación de desventaja aumentada o disminuída, en función de su contexto social (y económico).
   Cuando hablamos de diversidad funcional, no hacemos mención a la idea de “funcionar” (lo que supondría adherir a un cierto concepto normativo de funcionalidad) sino a afirmar que la funcionalidad (la capacidad; la condición social, histórica y cultural del sentido de capacidad) debe ser repensada desde el sentir diverso de cada persona.
    La ortodoxia médica, en muchos casos, cree ver sólo una pierna (o un miembro amputado), en un cuerpo dañado que parece pertenecer a un inframundo improductivo, constituído de forma arbitraria; a partir de las prácticas que se juzgan, miden y ofrecen resultados desde la producción, y que justifica el discurrir histórico que propicia la exclusión de las personas con discapacidad de la “corriente principal de la vida social”.
Podríamos -siguiendo esta línea de razonamiento- pensar que la sexualidad en personas o parejas con DF, es así mismo improductiva, no sólo desde una vertiente “reproductiva”, sino que escasamente produce placer; fundamentalmente genital.

Lic. María Elena Villa Abrille - Prof. Silvina Peirano

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